En la tradición del Antiguo testamento, se creía imposible mirar el rostro de Dios y seguir viviendo. Es por la belleza excesiva que atrae todo hacia si mismo con tal fuerza que la criatura abandona su propia vida para perderse en la mirada del rostro amado. En palabras de Santa Teresa de Avila: «Vivo yo fuera de mí, después que muero de amor. Quiero muriendo alcanzarle, pues, a El sólo es al que quiero, muero por que no muero, vivo sin vivir en mí». En el Exodo ( Cap. 33), se explora la dificultad: ¿Cómo vivir con el Señor, peregrinar en la vida con El, sin morir por el exceso de su cercanía? Y, a pesar de todo, por el bien del pueblo de Israel, el Señor se las arregla para acompañar a su pueblo. Josué, hijo de Nun no se apartaba del interior de la tienda del encuentro, donde contemplaba el rostro de Yahweh. El temor de Dios es el miedo a la belleza que se deja ver, que me baja las defensas y me deja vulnerable. En el Getsemaní, Jesús se entrega a la voluntad del Padre, por que ha visto la belleza de su rostro. Cede el control por que confía en el Abbá que no abandona a su hijo, ni siquiera en la muerte.
¿Qué le dices al Señor, al finalizar el día?