+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-48
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
“¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
María dijo entonces:
“Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz”.
Palabra del Señor.
Reflexión
Al celebrar a Nuestra Señora de Guadalupe el Evangelio hoy nos muestra cómo la Virgen María, enterada del embarazo de Isabel y ya en estado de buena esperanza, se pone inmediatamente en camino. Así se evidencia el dinamismo de la fe, pues lo que moviliza a María no es la incredulidad, es decir, el deseo de cerciorarse del milagro ocurrido a Isabel, sino la fe en el anuncio del ángel, la certeza de que Isabel está ya en el sexto mes de su embarazo. La mueve el amor, el deseo de servir, y también el deseo de compartir con alguien que sabrá comprender muy bien su inmensa y desbordante alegría, el gozo exultante que experimenta por la Presencia encarnada del Verbo divino en su seno.
Miremos ahora a nuestro alrededor, mirémonos a nosotros mismos… vivimos en un mundo tan agitado, hasta «estresado», nosotros mismos vivimos tantas veces apresuradamente, dejándonos llevar por miles de prisas que a diferencia de la prisa de María nos despojan tantas veces de lo esencial y nos llevan a una vida superficial. Faltando ya poco para la celebración de la Navidad, parece que falta el tiempo para todo lo que hay que preparar; esta agitación puede incluso arrebatarnos el espacio necesario para pensar, reflexionar, meditar, rezar, para llenarnos de gozo por creer en las promesas del Señor.
Hoy nos podemos preguntar: ¿Cómo convertir nuestro agitado caminar cotidiano en la prisa de María Virgen? Imitemos su prisa, esa que está llena del Señor y que se expresa en el deseo de servir a los demás.