La realidad fundamental de nuestra fe es que nosotros somos aceptados incondicionalmente por Dios. En el bautismo Dios pronunció sobre nosotros aquellas palabras “ Tu eres mi hijo amado, en ti me complazco”. Si vivo mi vida a partir de esa realidad, entonces desaparecen muchas dudas acerca de mí mismo y enmudecen los mensajes negativos que escucho con mucha frecuencia. La cuestión es cómo podremos vivir de tal modo desde la realidad de la fe, que ésta marque más nuestra vida que las devaluaciones que hacemos de nosotros mismos, las inculpaciones y las recriminaciones que nos dirigimos, y que en muchas ocasiones determinan nuestra vida.
No sirve de nada obligarse con la voluntad a sentir confianza. La confianza ha de nacer y desarrollarse. Podrá nacer y desarrollarse, si paladeo y saboreo bien las palabras de Dios, si hago que penetren cada vez más hondamente en mí mismo. Entonces esas palabras me irán transformando poco a poco. Irán creando más y más confianza en mi interior.
Me gusta exponer como meditación el capítulo 54 de Isaías: “Canta de alegría, estéril, tú que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo, tú que no conocías los dolores de parto, porque serán más los hijos de la abandonada que los hijos de la casada., dice el Señor. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega tus toldos sin miedo, hinca tus estacas y alarga tus cuerdas” (Is 54, 1ss). Quizás me veo estéril y solitario. Tengo el sentimiento de que conmigo no ha sucedido nada; de que he vivido en vano; de que todo carece enteramente de valor. Cuando me encuentro en este estado de ánimo, dejo que estas palabras vayan penetrando en mí. Entonces cesan a menudo los reproches que me dirijo y las depreciaciones que hago de mi mismo. Es posible que haya esterilidad. Es posible que algunas veces me encuentre solo y abandonado. Pero precisamente a mí, como solitario y abandonado, va dirigida esta promesa de que mi vida producirá abundantes frutos.
Hay que ensanchar el espacio de mi tienda, es decir, hay que dejar suficiente amplitud en mi interior para no sentirme demasiado pequeño. En mi tienda hay lugar para muchas personas. Mi corazón tiene una amplitud infinita. Deseo abrirme ante Dios que crea en mi interior un dilatado espacio. Y he de invitar a la gente a que entre y se sienta cómoda en mi tienda. Por la bondad de Dios tengo una tienda maravillosa, una tienda a la que ha venido a morar Dios mismo. No necesito esconderme. Creo en mi belleza interior y puedo invitar a la gente a gozarse juntamente conmigo en la gloria que Dios me ha concedido por su gracia.
¿Qué le dices al Señor al terminar el día?