+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo
Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y odiarás a tu enemigo. Pero Yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque Él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
Palabra del Señor.
Reflexión
Terminamos esta primera semana del Tiempo de Cuaresma con un texto del Evangelio según San Mateo. Hoy leemos el final del capítulo cinco que nos presenta el comienzo del Sermón de la montaña, del cual también leímos varios versículos ayer. En este sermón o discurso Jesús está presentando cinco ejemplos, a modo de antítesis, en los cuales contrapone la antigua enseñanza de Moisés en el Antiguo Testamento con su nueva forma de ver las cosas y su nueva interpretación de la Ley (Mt 5,20-48); ayer vimos la primera de esa antítesis (Mt 5,21) y hoy nos corresponde leer la última de ellas (Mt 5,43). Jesús cita el mandato de “Amar a tu prójimo” que está en el Levítico 19,18 y agrega la interpretación común en el judaísmo de su época de que amar al prójimo sólo era amar a los miembros del pueblo judío, por eso la frase “odiarás a tu enemigo” es un semitismo (o sea, una forma propia de hablar en la Palestina del siglo I) que indica que no hay que amar a los no judíos (no necesariamente odiarlos). Pero Cristo Jesús va más allá de todo lo imaginado, mandando que debemos amar a los enemigos y orar por nuestros perseguidores. Con esta enseñanza, novedosa y revolucionaria, Jesús cierra y resume los cinco ejemplos anteriores describiendo el verdadero amor cristiano, que no debe quedar reservado en el círculo de los más cercanos, sino que es un amor sin fronteras, alcanzando incluso a los enemigos; en definitiva, se trata de amar como ama Dios, por eso la frase final: “sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,48).
¿He aprendido a amar como Dios ama? ¿Un poco? ¿Casi nada? ¿Bastante? ¿El odio y el rencor forman, todavía, parte de mi vida? ¿Alguna vez he orado por un “enemigo”?