“Domingo Savio, tuvo en el Oratorio Salesiano un gran amigo, se llamaba Juan Massaglia, quien después de una enfermedad falleció siendo muy joven. Con la pérdida de este amigo, Domingo quedó profundamente afligido y, aunque resignado a la divina voluntad, le lloró por varios días. Esta fue la vez primera que se vio aquel rostro angelical entristecido y bañado en lágrimas. Su único consuelo fue, orar y hacer que todos orasen por su amigo difunto. Se le oyó exclamar más de una vez: “Querido Juan, tú has muerto, pero confío que ya estás en el cielo en compañía de Jesús y cuándo vaya yo a unirme con ustedes será inmensa mi felicidad”.
Reflexión
Domingo era una persona buena, se hacía enseguida amigo de todos porque era cercano, cordial, agradable con todos. La bondad que llevaba dentro la ponía en práctica poniendo paz entre las peleas de sus amigos, perdonando a los que en ocasiones lo ofendían y se metían con él, consolando a quienes sufrían o estaban solos o desplazados por los demás. No era típico amiguete que dice a los demás lo que quieren oír, ni tampoco se deja llevar por realizar las cosas que a él no le parecían correctas. Domingo era el buen amigo que se sacrifica por el otro, que da lo mejor de sí.