+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
Dijo Jesús a sus Apóstoles:
Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos.
Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes.
El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquél que persevere hasta el fin se salvará.
Palabra del Señor.
Reflexión
Ya ha pasado la Navidad, y la Iglesia nos regala en estos días de octava de Navidad, celebrar y reflexionar sobre algunas imágenes de Santos; íconos que nos ayudan a profundizar el sentido de la Navidad. Hoy tenemos a San Juan, que la tradición y la liturgia de la Iglesia ha unido al Apóstol con el Evangelista; Juan era hermano de Santiago e hijo de Zebedeo, pescador de Betsaida, en las orillas del lago de Galilea. Probablemente, fue primero discípulo de Juan Bautista, y luego conoció a Jesús. En su Fiesta, el Evangelio nos relata la experiencia que tuvieron los discípulos con la resurrección de Jesús. El texto, al hablarnos de la Resurrección, nos puede parecer fuera de contexto, o contradictorio ya que recién hemos celebrado el nacimiento de Jesús. Sin embargo, la relación está en que ambos nos presentan un “nacimiento”. Y al relatarnos su experiencia, San Juan no sólo quiere inspirar en nosotros la fe, sino invitarnos a que, como él, alcancemos una relación experiencial con Dios. Se trata de dejar a Dios nacer en nuestra vida. Lo que no es una realidad abstracta, sino que se manifiesta con signos sencillos. Cristo puede “nacer” en el corazón de cada uno de nosotros que esté dispuesto a acogerlo.
En la Fiesta de San Juan, Apóstol y Evangelista, dejémonos interpelar por la humildad del el discípulo amado, primero al no nombrarse y luego al no entrar al sepulcro a su llegada, dejando que Pedro entre antes que él, cediéndole el derecho de ser el primero en investigar lo sucedido.
Todos los que creemos en Jesús somos hoy el «Discípulo Amado» ¿Será que tengo la misma mirada para percibir la presencia de Dios y creer en su resurrección?