Lo único que quisiera pedirles -porque eso de interpelación suena muy fuerte- son dos cosas. Que pusieran ustedes sus ojos y su corazón en esos pueblos que están sufriendo tanto -unos de miseria y hambre, otros de opresión y represión- y después (ya que soy jesuita), que ante este pueblo así crucificado hicieran el coloquio que propone San Ignacio en la primera semana de los ejercicios, preguntándose: ¿Qué he hecho yo para crucificarlo? ¿Qué hago para que lo descrucifiquen? ¿Qué debo hacer para que ese pueblo resucite?
¿A qué te invita el Señor en esta historia?