Uno de los mejores usos que podemos hacer de la dulzura es aplicarla a nosotros mismos, no cayendo nunca en despecho contra nosotros ni contra nuestras imperfecciones; pues aunque la razón pide que, si cometemos faltas nos sintamos tristes y afligidos, debemos, sin embargo, defendernos de llegar a una desazón agria y fastidiada, despechada y colérica. En eso, varios cometen una falta grande, quienes habiéndose encolerizado, se enojan por haberse enojado, se fastidian de haberse fastidiado y sienten despecho de haberse despechado, pues con ello tienen el corazón adobado y remojado en cólera; parece que la segunda cólera arrasa con la primera ocasión que se presente. Además esos enojos, despechos y amarguras que se sienten contra uno mismo, tienden a la soberbia y no tienen otro origen que el amor propio, el que se turba e inquieta al vernos imperfectos.Es pues, necesario sentir de nuestras faltas un descontento tranquilo, reposado y firme… Nos castigamos mucho mejor a nosotros mismos con arrepentimientos tranquilos y constantes que con arrepentimientos agrios, apresurados y enojados; tanto más cuanto que estos arrepentimientos impetuosos no son conformes a la gravedad de nuestras faltas sino a nuestras inclinaciones.
¿Qué te dice el Señor hoy?