Dentro de tu grito en la cruz
caben todos nuestros gritos,
desde el primer grito del niño
hasta el último quejido del moribundo.
Cuando la palabra es pequeña e incapaz
de expresar tanto dolor nuestro,
el cuerpo y el espíritu
se unen en este espasmo descoyuntado.
En tu grito de hombre comprometido
por la nueva justicia,
denuncias a los vientos de todas las épocas
los sufrimientos encerrados
en las salas de tortura clandestina
y los llantos ahogados en la intimidad
de corazones justos sin salida,
todos los atropellos
y la explotación de hombres amordazados
por leyes, máquinas, amos y fusiles.
¿Qué te dice el Señor en este día que concluye?