+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos
Llegaron la madre y los hermanos de Jesús y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Él, y le dijeron: “Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera”.
Él les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de Él, dijo: “Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Palabra del Señor.
Reflexión
En el antiguo Israel, el clan, es decir la gran familia (la comunidad) era la base de la convivencia social y aunque en el tiempo de Jesús, la familia seguía siendo importante y se le debía respeto, diversos elementos la afectaban, pero especialmente a esa “gran familia” de antaño. Por eso, cuando Jesús comienza a actuar de una manera nueva y desconcertante, su familia se preocupa por él y van a buscarle. El texto evangélico de hoy es corto en extensión, pero denso y profundo; muestra cuál es el vínculo más importante con respecto a él. Ni siquiera es el de la sangre (“quienes son mi madre y mis hermanos…”) sino el que tiene con aquel que hace lo que el Padre Dios quiere. Jesús no habla en este texto de una manera despectiva refiriéndose a su familia, como tal vez pueda parecernos, sino que lo hace desde un horizonte distinto: La pequeña familia tiene su valor, pero Él ha sido enviado a comenzar la gran familia de los hijos de Dios, y poniendo el acento en lo esencial de su mensaje, nos invita a entrar en un camino progresivo de acercamiento al otro desde el amor. Estamos, por tanto, ante una nueva realidad. El peso ya no está en la familia de sangre, sino en esa nueva forma de hermandad que forja el Espíritu de Dios.
Hoy, en grandes ciudades, la masificación promueve el individualismo que es lo contrario de la vida en comunidad y a la gran familia de Dios ¿Qué estoy haciendo para combatir este mal? ¿me siento parte de esta familia, con sus luces y sus sombras?