+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
Cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”
Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”
“Señor, que yo vea otra vez”.
Y Jesús le dijo: “Recupera la vista, tu fe te ha salvado”. En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.
Palabra del Señor.
Reflexión
El evangelio de hoy describe la llegada de Jesús a Jericó. Es la última parada antes de la subida a Jerusalén, donde se realiza el “éxodo” de Jesús según había anunciado en su Transfiguración y a lo largo de la caminada hasta Jerusalén. El ciego y Jesús son los personajes centrales del relato. El primero se muestra excluido, al borde del camino como un mendigo. Su presencia y particularmente su grito, incomodaba a la gente que acompañaba a Jesús. Ellos trataban de acallar el grito, pero él gritaba mucho más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Hoy también, el grito de los pobres incomoda la sociedad establecida: migrantes, enfermos de SIDA, mendigos, refugiados, ¡tantos! En ocasiones pareciera que hemos puesto a nuestro corazón anestesia, no sea que nos duela o inquiete la realidad o las personas que hemos situado al margen de nuestra vida. Pero el fuerte grito de aquel ciego, no pudo acallarse, y su pedido de poder ver, resultan un potente clamor de auxilio para quienes hoy en día, muchas veces resultan invisibilizados. Ante esta escena, Jesús escucha, entre todo el griterío de la multitud, el clamor de quien solo puede gritar. De este modo, el relato une el clamor y la necesidad con la atención y la respuesta misericordiosa de Jesús.
Dejemos que Jesús se interese por nuestras necesidades y pidámosle que transforme nuestra forma de mirar. Que hoy nuestro corazón rece como un susurro: “Dame, Señor; tu mirada”.