+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 6b-11
Juan Bautista predicaba, diciendo: “Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo”.
En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre Él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”.
Palabra del Señor.
Reflexión
En el Evangelio de hoy la figura de Juan el Bautista está estrechamente vinculada a la persona de Jesús. Juan tiene la misión, anunciada por los profetas, de preparar el camino del Señor. No es una misión fácil implica renunciar a todo, incluso al “éxito” para que todas las personas centren su mirada en el Mesías esperado.
La imagen que emplea Juan indica la grandeza del Mesías y la pequeñez que él concibe de sí mismo y su misión. Ante la presencia del Mesías, Juan no se considera digno de desatarle la correa de las sandalias. Así, poco a poco desde el bautismo, la divinidad de Jesús es puesta de manifiesto en palabras y obras durante toda su vida, y sobre todo, en la resurrección y ascensión al cielo. Esta es una gran invitación para todos los creyentes: Aceptar a Jesús como Hijo de Dios. El Bautismo es, por decirlo así, el puente que Jesús ha construido entre él y nosotros, el camino por el que se hace accesible a nosotros; es el arco iris divino sobre nuestra vida, la promesa del gran sí de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal que nos indica el camino por recorrer de modo activo y gozoso para encontrarlo y sentirnos amados por él.
A la luz del texto de hoy nos podemos preguntar ¿con mis palabras y mis gestos anuncio a Jesús como Hijo de Dios?