“El hombre ha sido llamado a la existencia para conocer, amar y servir a Dios, nuestro Señor, y de esta forma entrar en la vida verdadera.”Tenemos que ser hombres de Dios y de los hombres. Quizás, en tiempos pasados, pusimos el acento en el “hombre de Dios.” Un hombre de un dios algo “separado de sus ovejas”, distante.Ciertamente no es este el peligro de hoy, deseamos sentirnos como “hermanos entre los hermanos”, como hombres entre los hombres. Antes vivimos en un mundo “Teocéntrico”. Hoy vivimos en un mundo “antropocéntrico”, centrado en el hombre.
En este mundo secularizado, materialista, sin apartarnos del hombre, tenemos que hacer presente el sentido de Dios. Y, para poder ser testigos, tenemos que vivirlo nosotros mismos. Debemos redescubrir a Dios como Principio, como Fuente, como Padre, como Absoluto.
Este es el primer paso: abrirnos a la presencia plenificante de Dios. “esta es la Vida eterna, que te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado.” (Jn.17:3), y ese conocimiento es obra del Espíritu Santo.
No es tanto esfuerzo nuestro de reflexión… sino abertura a su gracia. Es El quien se inclina, se revela a nosotros. Pedirle que se nos revele (Ef.1:17‑ 3:16).
¿Qué te dice el Señor?