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Mateo 4, 12-17. 23-25

7 de Enero 2017     soporte    

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Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
«¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí,
camino del mar, país de la Transjordania,
Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz;
sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz».
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar:
«Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca.»
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente. Su fama se extendió por toda la Siria, y le llevaban a todos los enfermos, afligidos por diversas enfermedades y sufrimientos: endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba. Lo seguían grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.

Reflexionamos

El evangelista recordó un antiguo texto profético y lo asoció a Jesús: “El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz«. Sin embargo, la realidad es que pocas personas pudieron sospechar quién era Jesús. Encerrados en sus prejuicios, en sus añejas formas de comprender a Dios, no percibieron que Jesús era nada menos que Dios mismo en medio de los hombres. ¿Fueron especialmente ciegos esos israelitas? En realidad, no más que nosotros. Por ejemplo, ¿en qué notas que Dios ha estado contigo en el día de hoy?

Categories: Evangelio diario

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