+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con Él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?”.
Jesús, que había oído, respondió: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: «Yo quiero misericordia y no sacrificios». Porque Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.
Reflexionamos
En lo más hondo de la experiencia religiosa de muchos compatriotas, incluso aunque abiertamente así no lo digan, las acciones de muchos creyentes develan la creencia de que a Dios hay que calmarlo para que no desate su furia sobre los infames pecadores. Fueron siglos de una enseñanza atemorizante, que ya está muy metida en nuestras mentes. Por eso, cuando hay arrepentimiento del mal cometido, muchas personas creen que lo mejor es hacer sacrificios “expiatorios” a Dios, que de cierta manera empaten el mal causado. Es la razón de muchas mandas. ¡Pero hace más de dos milenios que Jesús dijo que Dios quería misericordia, no sacrificios! El mejor modo de arreglar el mal cometido es haciendo el bien. El arrepentimiento debe demostrarse en el firme empeño por generar actitudes basadas en la misericordia con los otros. Como agente pastoral, ¿es esto lo que enseño?