Le atentamente.
La finalidad de nuestra vida sobrepasa la de nuestro destino personal. En adelante y para siempre no estamos solas/os. Nunca podremos estarlo. Entramos en el cuerpo de Cristo, un cuerpo “místico” como una rama fuerte, de la que salen y dependen muchas ramas nuevas.
De la aceptación de Abraham, de Moisés, de María, no dependía solamente la salud personal de cada uno de ellas/os. Y cuando decían que sí, rápidamente como Abraham y María o a pesar de las protestas de incompetencia como Moisés (Gn 3,11) se abría todo un porvenir para un pueblo y para todas las personas. Se trata de presentarse ante Cristo sin saber lo que nos va a pedir, pero dispuesta/o a seguirle, dispuestas/os a servirle. Distinta es la actitud de Juan y de Andrés, de Simón, de Felipe, de Mateo, cuando deciden recién dejar sus cosas para ir detrás del Maestro; de aquella disposición que tienen después de la venida del Espíritu Santo, un nuevo Pentecostés. Así, también no haces este momento de oración por ti solo, o para ti solamente, lo haces también en conjunto con todos los hermanos y hermanas que oran en el mundo entero, estás unido al conjunto de jóvenes y adultos que se acercan al Señor. Así, de tu propia respuesta también depende que se haga más presente el Reino de Dios entre los demás, no estás sólo, estás unido a miles de personas que forman el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
¿Te sientes parte de una gran comunidad de cristianos/as? ¿Qué te dice el Señor hoy, antes del descanso? ¿Qué le dices al Señor?