Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Al salir de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y ésta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y Él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. De muchos salían demonios, gritando: “¡Tú eres el Hijo de Dios!” Pero Él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero Él le dijo: “También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado”.
Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
Reflexionamos
“Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y ésta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos” (Lc 4, 39).
Es bueno reconocer qué aspecto personal uno tiene que superar para poder amar más y mejor. Esto porque la tarea de amar no se cumple a pura fuerza de voluntad. Es necesario conocerse bien e ir trabajando sobre sí para quitar todo obstáculo que impida el paso sanador del Espíritu de Jesús. Cierto que nadie tiene conocimiento acabado sobre sí mismo, pero en la medida en que haya conciencia de esta tarea y un trabajo paciente por superar las propias debilidades, mostramos el deseo de ser más dóciles al Señor. Así como la suegra de Pedro, ¿cuáles son tus “fiebres” que te impiden servir mejor a tus hermanos?