+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
Cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: “Jesús, Hijo de David, ¡ten compasión de mí!” Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”
Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”
“Señor, que yo vea otra vez”.
Y Jesús le dijo: “Recupera la vista, tu fe te ha salvado”. En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.
Palabra del Señor.
Reflexión
En el día de ayer hemos iniciado la semana número treinta y tres (la penúltima) del Tiempo durante el año (tempus per annum). Continuamos en la compañía del Evangelio según San Lucas, quien, al ir terminando el largo viaje de Jesús, pasando por Jericó, nos presenta dos relatos que resumen muy bien el ministerio del Maestro Nazareno y su misericordia para con los marginados: el milagro de la curación del ciego de Jericó (Lc 18,35-43) y el encuentro con Zaqueo (Lc 19,1-10). Hoy nos corresponde leer el primero de estos hechos y mañana el segundo. Antes de llegar a Jericó Jesús hizo el tercer anuncio de su pasión (Lc 18,32-33), los Doce escuchan, pero no entienden (Lc 18,34) y ya están a punto de llegar a Jerusalén. Antes de subir a la ciudad santa hay que pasar por Jericó, ahí un mendigo ciego, al enterarse de que está pasando Jesús de Nazaret grita: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí” (Lc 18,38). Reinar en el trono de David significa tener compasión de los necesitados y marginados de la sociedad; por eso San Lucas coloca este milagro al terminar el camino del Señor hacia Jerusalén para destacar así su condición de Mesías (Hijo de David), resumiendo su ministerio en la actitud de misericordia que lo caracteriza. El ciego reconoce a Jesús como Mesías (cosa que los discípulos aún no son capaces de hacer) y proclama a los cuatro vientos su fe en Él, por eso una vez obrado el milagro, el hombre que había sido ciego se transforma en discípulo siguiendo a Jesús hacia su Pascua en Jerusalén. Sólo con la visión de la fe es posible reconocer quien es Jesús y seguirle; esa es la visión que le falta a los discípulos y que nos podría faltar a nosotros.
¿Qué cegueras necesito que el Señor me quite? ¿Soy capaz de confesar mi fe ante los demás como hizo el ciego? ¿Demuestro mi pertenencia al Reino de Dios preocupándome de los más necesitados?