+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”. Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”. El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo”. El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
Palabra del Señor.
Reflexión
Ayer leímos la sanación del siervo del centurión acaecida en Cafarnaúm, hoy el Evangelio según San Lucas nos presenta el relato de la resurrección del hijo de la viuda de Naím, poblado ubicado a los pies del monte Tabor. Lo primero que se puede observar es la puesta en escena inicial que nos presenta el relato de San Lucas; en la puerta de la ciudad se encuentran y confrontan dos cortejos, por un lado, el cortejo de la muerte encabezado por el joven muerto y su madre viuda a quienes mucha gente del lugar acompaña y, por otro lado, el cortejo de la vida encabezado por Jesús acompañado por sus discípulos y una gran multitud. Jesús, Señor de la Vida, cruza la barrera de la pureza legal (Nm 19,11-13) y tocando el cadáver detiene el cortejo de la muerte y, entonces, triunfa la vida, devolviendo Jesús, su hijo vivo a la viuda. Este milagro muestra la puesta en práctica de la declaración que hizo el Maestro con las bienaventuranzas: “Felices ustedes los pobres”; el Señor va y se acerca a los necesitados, la viuda pertenece a ese grupo de los pobres bendecidos por Jesús (ya que, en esa sociedad, con la muerte de su hijo ella quedaba totalmente desamparada), por eso Él va y detiene el cortejo sin importarle el quedar impuro por tocar el cadáver del joven, ya que lo que le importa es mostrar misericordia a la pobre viuda, el Maestro se conmueve (es impulsado a la piedad en las entrañas, dice el verbo griego) y la consuela: “no llores”, le dice; le devuelve la vida al joven y con delicadeza “se lo entrega a su madre”; entonces la multitud aclama porque, en Jesús, Dios misericordioso “ha visitado a su Pueblo”.
¿He experimentado la misericordia de Dios? ¿Me conmuevo con el sufrimiento de otros? ¿Soy misericordioso (a)? ¿Defiendo la vida?