Hay muchos momentos en la vida que necesitan ser vividos con lentitud. Hoy las prisas nos devoran. El ritmo de lo cotidiano es frenético: hacer y más hacer. Perdemos de vista y nos desorientamos cuando no sabemos frenar, mirar atrás y reconocer que ante todo somos criaturas de Dios con un deseo inmenso de ser felices. Perdemos el arte de la vida.
Este tiempo de verano o descanso nos puede ayudar a recuperar un poco ese «caminar lento» para saborear los pasos, los márgenes, los rincones de tu vida. A través del agradecimiento, del perdón, de la espera, del cuidado, de contemplar y habitar la vida, de la perseverancia, de la compasión, de la alegría, del morir, del deseo… así se va haciendo un viaje hacia el interior de uno mismo, descubriendo ahí la gracia de Dios. Después de todo, somos invitados a entrar en la lentitud, en el ritmo y en los tiempos de Dios, para sacarle el máximo provecho a la vida: lo que nos conecta con nosotros mismos, con Dios y con los otros; y lo que nos vitaliza, nutre y regenera.César González
Colaborador EIPJ
¿Te sientes, en este tiempo de verano, invitado/a a entrar en la lentitud, en el ritmo y
en los tiempos de Dios, para sacarle el máximo provecho a la vida?