+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará.
Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo.
La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo. También ustedes ahora están tristes, pero Yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar.
Aquel día no me harán más preguntas.
Palabra del Señor.
Reflexión
Después de haber anunciado por quinta vez la venida del Paráclito o Espíritu Santo, el Señor se centra en la tristeza y la alegría que provocará en los discípulos el inminente acontecimiento del Misterio Pascual. La tristeza es provocada por la partida del Señor y la alegría es provocada por su retorno. Pero en esta comparación no hay equivalencia entre los dos términos: tristeza y alegría, sino más bien una conversión apocalíptica, la tristeza desaparece inundada por la inmensa alegría, como le sucede a la mujer que da a luz, cuya alegría por su hijo nacido la hace dejar atrás la angustia y dolor previos. La alegría de la que habla Jesús no es un sentimiento más añadido a otros, sino que es la misma existencia del cristiano, es la alegría del encuentro con el Señor que experimentan sólo los discípulos. Es una alegría que se caracteriza por la permanencia, los discípulos podrían renunciar a ella, pero nadie se las podrá quitar. Es una alegría iluminadora del misterio de Jesús y de los discípulos, ya que ellos no tendrán que seguir haciéndose preguntas. Por último, Jesús les promete a los discípulos y discípulas: “pero yo los volveré a ver”; promesa que se refiere: a las apariciones del Resucitado, a su presencia entre los suyos a través del Espíritu Santo, a la experiencia personal de encuentro con él en la vida de cada uno, a la respuesta con la que él esclarece su propio misterio y el del hombre (no habrá más preguntas), a la visión definitiva que tiene lugar en el hombre a partir de la muerte. Dice San Agustín: “Un poco de tiempo y le veremos donde ya no tengamos nada que pedir, nada que preguntar, porque no nos quedará nada que desear ni habrá cosa oculta que preguntar”.
¿Qué domina en mí: la tristeza o la alegría? ¿Dónde y cómo veo al Señor? ¿Creo en las promesas del Señor?