San Agustín escribe: «Quien se manifiesta indiferente ante la vida y la muerte es que no ama».
La indiferencia es lo más opuesto al amor. La indiferencia ante la vida y la muerte es una actitud moral muy negativa que expresa desinterés y soberbia refinada. La indiferencia es un
pecado moral muy frecuente en nuestros días. El papa Francisco ha hablado con frecuencia de la «globalización de la indiferencia» como de una actitud moral negativa, a escala mundial, que nos impermeabiliza ante el hambre y la miseria del mundo.
El indiferente no es el «bueno» ni es el «malo», pero sí es el que pasa de largo junto al malherido de la cuneta, sin importarle nada su precaria y angustiosa situación. El indiferente
es el diametralmente opuesto al «buen samaritano», que se interesa por el que padece, le cura, le lleva al hostal y paga la factura.
¿En qué medida me hago samaritano hoy?