La Cruz es la negación de la imaginación sobre lo divino, entendido como potencia y santidad absoluta. En una lógica del Dios Omnipotente al que acostumbramos a rezar, y recibir la bendición “Del Dios Padre Todopoderoso”. De la cruz nos viene pues, la lógica inversa del que se ha dejado trasformar por ella. Las prácticas que le llevaron a Cristo a la cruz son las prácticas de un humanismo antiguo, que rompe con la cruz que inaugura uno nuevo. Un humanismo no ya de la gloria, sino del amor y la humildad, de la Gloria sólo de Dios.
Cristo en la cruz nos propone un nuevo camino de seguimiento, de discipulado, y por ser discípulos de cargar permanentemente, día a día con la propia cruz. “El que quiera seguirme” dice Jesús, “que tome su cruz”, este nuevo hombre inaugurado en la cruz es el que nos presenta esta contemplación de la fragilidad. Sólo Él es nuestra salvación, no nuestras propias fuerzas o vanidades. El humanismo crucificado, con su capacidad de hacer frente nos pone cara a cara con la profundidad humana del amor. Porque de hecho, es en lo momentos más duros de la vida, donde podemos verdaderamente
aceptar o rechazar a Dios.
¿Qué te pide el Señor en este día?
¿Qué le dices al Señor antes de tu descanso?