El motivo profundo de la alegría de Cristo será también el motivo de nuestra verdadera alegría: la participación en la vida divina por medio del Espíritu, presente en la intimidad de nuestro ser, la participación en el amor con el que Cristo es amado por el Padre, a la cual también nosotros hemos sido llamados: Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos (Jn 17, 26).
En el cuadro de esta experiencia interior se comprende el verdadero sentido de la felicidad: Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis (Lc 6, 21); el sentido de la alegría en la persecución: Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros (Mt 5, 11-12).
¿Qué te dice el Señor en este día que concluye?