La expresión es, a la vez, sobrecogedora y humilde: nosotros sabemos bien qué es eso de estar unos junto a otros; somos conscientes de necesitar el cobijo y el calor que da la cercanía humana. De lo que es y significa “estar junto a Dios” sabemos menos; es decir, en realidad no sabemos apenas nada: es un nivel al que, si no fuera por Jesús, no tendríamos posibilidad de acceso. Nosotros pertenecemos a la noche, y por nosotros mismos no podemos alcanzar el ámbito de la Luz.
Pero, un día, ese Dios a quien nadie ha visto nunca decidió rasgar la tiniebla y plantar su tienda junto a nosotros. La palabra cambió la vecindad de Dios por la vecindad de los hombres, y el resplandor de la gloria acampó junto a la debilidad de nuestra carne.
¿A qué te invita el Señor en este día que concluye?