+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con los otros discípulos cuando se presentó Jesús resucitado. Ellos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”
Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”.
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”
Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”.
Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”
Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”.
Palabra del Señor.
Reflexión
Con el Domingo de ayer hemos iniciado la semana número trece del “Tiempo durante el Año” (también llamado antes “tiempo ordinario”), pero hoy interrumpimos la serie de lecturas de este tiempo porque el Calendario Romano tiene asignado para este día a Santo Tomás Apóstol, celebración litúrgica que tiene categoría de Fiesta, por lo tanto, las lecturas bíblicas se toman del Leccionario Santoral, en concreto, el evangelio de hoy corresponde a lo que se llama “lectura propia”, porque en ella se nombra al santo que se celebra, en este caso se nos narra el encuentro de Tomás con el Señor resucitado según el texto del Evangelio según San Juan. Recordemos que, en la primera aparición de Jesús Resucitado a los Once, la misma tarde de la resurrección, Tomás no se encontraba presente y, cuando recibe la noticia de que sus hermanos han visto al Señor lleno de Vida, él se niega a creer hasta que vea las heridas de Jesús y pueda poner sus dedos en ellas. Cristo resucitado, al Domingo siguiente, vuelve a aparecer y, con su acostumbrada paciencia y misericordia, cumple las exigencias de Tomás, le muestra sus heridas, en sus manos y en su costado, le invita a tocarlas y por lo último lo invita a creer en Él. Pero Santo Tomás, y esto muchas veces lo olvidamos, en ningún momento se acerca a mirar y tocar las heridas, sino que inmediatamente exclama la fórmula de confesión de fe más hermosa, más elevada y más certera “teológicamente” de todo el evangelio: “¡Señor mío y Dios mío!”, reconociendo así a Jesús como Dios igual al Padre Celestial.
Me pregunto ¿En qué me parezco a Santo Tomás Apóstol? ¿Creo que Jesús es mi Señor y mi Dios? ¿Qué le diría a Jesús al encontrarme con Él cara a cara?