+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo, pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido».
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
Y les dijo también: “Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido».
Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”.
Palabra del Señor.
Reflexión
Iniciamos hoy la lectura del capítulo quince del Evangelio según San Lucas, capítulo que contiene las tres parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la moneda perdida y también el hijo perdido, esta última también conocida como el hijo pródigo.; hay que destacar que en estas tres parábolas el papel de Dios lo representan primero un pastor, luego una mujer pobre y por último un papá. Este capítulo está marcado, con mucha insistencia, por la idea de la alegría y gozo por el rencuentro y la conversión que se repite en los versículos 7, 10, 24 y 32. Hoy nos corresponde leer la introducción y las dos primeras parábolas. San Lucas nos dice que los fariseos y escribas murmuran contra Jesús de Nazaret porque se junta y come con todos los publicanos y pecadores, cosa que, según la enseñanza y la práctica religiosa de la época, un “buen judío” no debía hacer. Por eso las tres parábolas que narra el Señor tienen destinatario claro: los fariseos y escribas que no son capaces de perdonar como lo hace Dios. La primera parábola, de la oveja perdida, destaca sobre todo la alegría que tiene el pastor al encontrar la oveja que se le había perdido y que fue a buscar y como invita a sus amigos y vecinos para celebrar tal reencuentro. La segunda parábola, de la moneda perdida, destaca el cuidado con que esta mujer pobre busca la dracma (moneda equivalente a un denario, salario de un día) perdida hasta que la encuentra y se desata el gozo, no sólo de ella y su amigas y vecinas, sino también de Dios en el Cielo por la conversión de un sólo pecador.
¿He juzgado a los pecadores? ¿He tendido la mano a los pecadores? ¿He aprendido a perdonar como Dios me perdona?