Desde lo hondo clamo a ti, Señor,
dueño de mi existencia toda,
que engendraste en un acto paternal de infinito amor.
Con la renqueante humildad de un corazón,
te acepto como principio y fin,
creador y plenitud de cuanto soy y pueda ser.
Acoge esta costosa entrega
y hazla gozosa por la experiencia de tu cercanía,
hasta que mi alegría consista en alabarte sirviéndote,
trascendiendo desde mi amor mi propia libertad.
Tú eres mi Dios presente, el Dios de mis días,
que me sondea y me conoce,
al que busco como fuente de agua viva.
Tú eres mi padre y yo soy tu hijo:
he aquí la realidad transformadora de todo mi existir.
Desde lo hondo clamo a ti, Señor,
como un niño crecido entre fantasmas inquietantes.
Haz de mi acción un cántico de alabanza
y un servicio filial,
para que en mí seas bendito.
Haz de cuanto me rodea camino hacia ti
y, caminando,
haré de todo algo más divino por más humano.
Haz que tanto camine por las cosas
cuanto me conduzcan a ti,
y que de tal modo las trate
que cada vez me lleven más a ti…
¿Qué te dice El Señor en este día que termina?