Señor, he sentido en mí
una pobreza mucho más profunda en el fondo de mi espíritu,
una pobreza que me humilla en mi interior
terriblemente, delante de Ti:
la pobreza de mi gran miseria espiritual,
me siento pobre y humillado, precisamente,
porque carezco de la luz para entender
y estoy desprovisto de la fuerza para poner en práctica
aquella “kenosis” que Tú me enseñas desde la cruz, desnudo,
y que san Ignacio me exige al pedirme
que ame la pobreza como madre.
Señor; para ser pobre en lo material, tengo que ser rico en gracia.
Dame tu amor y gracia que eso me basta.
¿Qué te dice El Señor en este día que termina?