Durante años fui un neurótico. Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. Y no dejaban de recordarme lo neurótico que era.
Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no me convencía de la necesidad de hacerlo, por mucho que lo intentara.
Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que estaba. Y también insistía en la necesidad de que yo cambiara.
Y también con él estaba de acuerdo, aunque tampoco podía impedir ofenderme con él. De manera que me sentía impotente y como atrapado.
Pero un día me dijo: “No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte”.
Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: “No cambies. No cambies… Te quiero”.
Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh maravilla!, cambié.
Ahora sé que en realidad no podía cambiar hasta encontrar alguien que me quisiera, prescindiendo de que cambiara o dejara de cambiar. ¿Me quieres Tú de esa manera, Dios mío?
¿Qué te dice El Señor en este día que termina?