+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
Jesús dirigió la palabra a los fariseos, diciendo:
“Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida”.
Los fariseos le dijeron: “Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale”. Jesús les respondió:
“Aunque Yo doy testimonio de mí, mi testimonio vale porque sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy.
Ustedes juzgan según la carne; Yo no juzgo a nadie, y si lo hago, mi juicio vale porque no soy Yo solo el que juzga, sino Yo y el Padre que me envió.
En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido.
Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me envió da testimonio de mí”.
Ellos le preguntaron: “¿Dónde está tu Padre?”
Jesús respondió:
“Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre”.
Él pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora.
Palabra del Señor.
Reflexión
Estamos en la quinta semana del Tiempo de Cuaresma y seguimos leyendo el Evangelio según San Juan donde lo dejamos el sábado recién pasado; de hecho, hoy correspondía el episodio de la mujer adúltera (Jn 8,1-11), pero este año (Ciclo C) es omitido por haberse leído ayer Domingo. Estamos leyendo (hasta este jueves) los capítulos 7 y 8 de San Juan, los cuales nos presentan la estancia de Jesús en Jerusalén durante la Fiesta de los Tabernáculos (tiendas), tiempo en el cual se produce el momento culminante del enfrentamiento entre Jesús y los judíos. La imagen de la luz usada por Jesús (“Yo soy la luz del mundo…”) está inspirada en las lámparas que ardían en el Patio de las mujeres en el Templo de Jerusalén durante la primera noche de la fiesta de las chozas. Ante la presencia del Señor, todas las personas deben optar por seguir el camino de la luz que es Jesús o seguir el camino de las tinieblas que es el de las malas obras (ver Jn 3,19-21). La discusión se centra en el testimonio que el Señor da de sí mismo y de la autoridad de su juicio justo. La justificación de Jesús se basa en que Él procede del Padre, algo que no es percibido por sus adversarios. Efectivamente el Padre ha confiado el juicio al Hijo (Jn 5,22; 9,39) y el juicio del Hijo consiste en salvar y no en condenar (Jn 3,17; 12,47) ya que su juicio es verdadero y no falso como el juicio de los hombres. Toda esta argumentación el Señor la fundamenta con el testimonio de dos testigos tal como dice la Escritura (Dt 17,6; 19,15): el Padre y Él mismo, pero sus adversarios no perciben la voz del Padre, por eso no aceptan el testimonio de Jesús.
¿Sigo la luz o las tinieblas? ¿Espero confiado (a) el juicio del Señor? ¿Acepto plenamente a Jesús, el Juez amoroso?