Dos hombres, ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno se le permitía sentarse en su cama cada tarde, durante una hora, para ayudarle a drenar el líquido de sus pulmones. Su cama daba a la única ventana de la habitación. El otro hombre tenía que estar todo el tiempo boca arriba. Los dos charlaban durante horas. Y cada tarde, cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, pasaba el tiempo describiendo a su vecino todas las cosas que podía ver desde la ventana. El hombre de la ventana describía todo con un detalle exquisito, el del otro lado de la habitación cerraba los ojos e imaginaba la idílica escena. Una mañana, la enfermera entró con el agua para bañarles, encontrándose el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había muerto plácidamente mientras dormía. El otro hombre pidió ser trasladado a la cama al lado de la ventana. Lentamente, y con dificultad, se esforzó para girarse despacio y mirar por la ventana al lado de la cama… y se encontró con una pared blanca. La enfermera al verle sorprendido le dijo: el hombre que murió, era ciego.
Es una tremenda felicidad el hacer feliz a los demás, sea cual sea la propia situación. El dolor compartido es la mitad de pena, pero la felicidad, cuando se comparte, es doble. Si quieres sentirte rico, solo cuenta todas las cosas que tienes y que el dinero no puede comprar.
¿Qué le digo al Señor, en este día que acaba?