Un pobre campesino que regresaba del mercado a altas horas de la noche descubrió de pronto que no llevaba consigo su libro de oraciones. Entonces se le ocurrió orar del siguiente modo: «He cometido una verdadera estupidez, Señor: he salido de casa sin mi libro de oraciones, y tengo tan poca memoria que no soy capaz de recitar sin él una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces el alfabeto muy despacio, y tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar esas oraciones que yo soy incapaz de recordar». Y el Señor dijo a sus ángeles: «De todas las oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido la mejor, porque ha brotado de un corazón sencillo y sincero».
Enséñanos, Señor, el valor de lo sencillo, el valor de los pequeños detalles. Que no enseñemos hacer grandes cosas el día de mañana, descuidando las pequeñas cosas que podemos hacer hoy. Queremos prestar atención a los que nos rodean, sobre todo a los que pasan alguna necesidad. Ayúdanos a comprometernos con los que están más cerca: la familia, los amigos, los compañeros de clase. AMÉN.
¿A qué le hemos puesto atención en este día que acaba?