Era la víspera de padecer.
La convertiste en una cena de amistad.
Y en su corazón, tu «mandamiento nuevo»…
Sobre él se apoya la mayor revolución de la historia,
que se funda en la fraternidad
y no en el odio, la revancha o las armas.
Desde entonces, donde hay amor… ahí estás tú.
Y donde no hay amor… ahí no estás tú,
aunque parezca que estás…
Por todo ello, Señor de la pascua, fruto del amor,
enséñame a amar de verdad.
Con un amor transformador de la sociedad,
aunque deba comprometerme.
Con un amor servicial hasta el colmo,
aunque deba humillarme.
Con un amor fraternal día a día,
aunque deba sacrificarme.
Un amor nacido de mi identificación contigo
en la oración silenciosa
y en la caridad iluminada
y en la eucaristía compartida…
Déjame, Señor de la intimidad y de la historia,
acercarme a ti, comprenderte a ti,
dejarme subyugar por ti…
Que ésta sea mi enseñanza diaria: amar como amaste tú.
(Norberto Alcover, sj)
¿Qué te dice el Señor en este día que concluye?