Estábamos en el octavo día de mi avería en el desierto, y yo había escuchado la historia del vendedor bebiendo la última gota de mi provisión de agua: ¡Ah! -dije al principito-. Tus recuerdos son muy bonitos, pero aún no he reparado mi avión. No me queda nada para beber. ¡y yo también sería feliz si pudiera ir tranquilamente hacia una fuente!
-Mi amigo el zorro…-me dijo.
-Pero, muchachito mío. ¡qué tiene que ver en esto el zorro!
-¿Por qué?
-Porque nos vamos a morir de sed.
No entendió mi razonamiento y me respondió: “Está bien haber tenido un amigo, aunque nos vayamos a morir. Yo estoy muy contento de haber tenido un amigo zorro”
“No mide el peligro -me dije-. Nunca tiene hambre ni sed. Un poco de sol le basta…”
Pero me miró y respondió a mi pensamiento:
-Yo también tengo sed…Busquemos un pozo… dijo el Principito…
Tuve un gesto de cansancio; es absurdo un pozo al azar en la inmensidad del desierto. Sin embargo nos pusimos a buscarlo. Anduvimos caminado horas y horas en silencio, cayó la noche y las estrellas comenzaron a brillar. Yo, las veía como en sueños, pues tenía un poco de fiebre a causa de la sed. Las palabras del Principito danzaban en mi memoria.
¿Así que tú también tienes sed? le pregunté.
El no contestó la pregunta, simplemente me dijo: “El agua puede ser buena también para el corazón…”
No comprendí su respuesta pero me callé. Yo sabía bien que no hacía falta interrogarle. Estaba fatigado y se sentó. Me senté junto a él. Después de un silencio, siguió diciendo: “ Las estrellas son hermosas, gracias a una flor que no vemos.” Y luego añadió: “El desierto es hermoso”.
Y en verdad, siempre me ha gustado el desierto. Uno se sienta sobre una duna de arena. No ve nada, y sin embargo, alguna cosa irradia en silencio.
Lo que más embellece el desierto, -dijo el Principito- es que oculta un pozo de agua en alguna parte. Me sorprendió comprender de pronto ese misterioso resplandor de la arena. Cuando yo era niño, vivía en una casa antigua, y la leyenda decía que allí había un tesoro escondido. En verdad nadie llegó a descubrirlo y posiblemente ni siquiera lo buscó. Pero era el tesoro el que encantaba toda la casa. Mi casa escondía un secreto en el fondo de su corazón.
Sí -dije al Principito-. Ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que constituye su belleza es invisible.
-Me alegro -dijo- que estés de acuerdo con mi zorro.
Como el Principito se dormía, lo tomé en mis brazos y continué la marcha. Estaba conmovido. Me parecía llevar un tesoro frágil sobre la tierra. Yo miraba a la luz de la luna esa frente pálida, esos ojos cerrados, esos mechones de pelo que ondulaban al viento y me dije: «Lo que veo aquí, es sólo corteza. Lo más importante es invisible…»
Como sus labios entreabiertos dibujaban una sonrisa, seguí diciéndome: “Lo que más me conmueve en este principito dormido, es su fidelidad a una flor, la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, incluso cuando duerme. Y lo adivinaba aún más frágil. Es necesario proteger muy bien las lámparas: una ráfaga de viento las puede apagar…
Y, caminando así, descubrí el pozo al nacer el día.
¿Qué le dices al Señor antes de finalizar el día?
¿Qué te dice el Señor en este día que concluye?