Ten misericordia de mí, Dios mío. Cuando huyo de la oración no quiero huir de Ti, sino de mí, de mi superficialidad. No quiero escaparme de tu infinitud y santidad sino de la desolación el mercado vacío de mi alma, por el cual debo vagar cuando huyo del mundo y no puedo penetrar en el verdadero santuario de mi interior en el cual Tú sólo deberías encontrarte y ser adorado. ¿No comprende tu misericordia, para conmigo, que yo, excluido del lugar que Tú habitas, y desterrado en la plaza que está frente a tu Iglesia, lleno esta plaza por desgracia con la agitación del mundo? Si a lo menos tu silencio elocuente no me recoge en tu interioridad, ¿no comprende tu misericordia que el vano ruido de este trajín me es más dulce que la enconada quietud –único resultado de la silenciosa respuesta que en la oración quiero dar al mundo?
¿Qué le dices al Señor, al finalizar el día?
¿Qué te dice el Señor?