Vivimos tan acosados por la prisa, tan acelerados por nuestras ocupaciones, que demasiadas veces sólo estamos atentos al resultado último de las cosas, a su brillo final.
Nos urge ver cuanto antes el rendimiento de nuestro esfuerzo; nos parece tiempo perdido lo que no es inmediatamente comprobable; nos impacienta la lentitud con que avanzan nuestros proyectos; nos cansa tener que estar siempre empezando en la tarea de corregir nuestros defectos y soportar los de los demás.
La vida se encarga de sosegarnos si nos dejamos enseñar por ella: las leyes secretas del crecimiento, la desproporción entre los largos períodos de aprendizaje y el resultado conseguido, la resistencia de la realidad a dejarse avasallar por nuestras urgencias, pueden convertirse en las agujas que van tejiendo pacientemente el proceso de nuestra maduración.
¿Qué te dice el señor al terminar este día?