Oh Dios, tu eres mi Dios, por ti madrugo.
Por ti, que me llamas de nuevo a la existencia,
por ti, que animas mi vida y la despiertas.
Por ti, que abres mi corazón a la luz
y lo llamas a estar atento, vigilante.
Por ti, que me quieres presente, unificado,
todo entero y en armonía.
Tengo sed de ti, de tu amor y lealtad.
Tengo sed de ti, de tu paz y perdón.
Tengo sed de ti, de tu pureza y alegría.
Tengo sed de ti, de tu fortaleza y bondad.
Mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
Todo mi ser se abre a tu gracia
esperando el rocío de la mañana.
Toda mi vida tiende a ti
esperando tu Vida sin término.
Mi corazón, en mi interior, se alegra
viendo tu fuerza y tu gloria en mí.
Tú me das razón para existir. Tu vida
es el sentido de mi existencia
Tu lealtad vale más que la vida.
Tu amistad, más que todos los triunfos.
Quiero saciarme de tu presencia.
Quiero llenarme de tu Santo Espíritu.
Quiero sentirme en plenitud de tu gracia.
En el lecho me acuerdo de ti.
Tú estás despierto en mi noche.
Cuando me despierto en el silencio de la noche
mi corazón descubre que tú vives en él.
A la sombra de tus alas canto con júbilo.
Mi aliento está pegado a ti.
Tu amor me sostiene.
Mi corazón se alegra contigo, Dios mío,
porque mi vida te pertenece.
Mi corazón se alegra contigo, Dios mío,
porque tu Vida me pertenece.
Oh Dios, por ti estoy siempre despierto,
por ti, me mantengo en pie, en vela,
por ti madrugo siempre que se hace tiniebla en mi vida,
por ti comienzo siempre, aunque me sienta cansado.
Oh Dios, tú eres mi Dios: ¡un Dios vivo!
¿A qué te invita el Señor?