La claridad con que se ve a Dios -y se le ama- en el prójimo, nos da la medida de nuestra coherencia espiritual. Esa es “la iluminación de los ojos del corazón” (Ef. 1,8), esa es la mejor prueba que esta vivo y permanece el germen de Dios. Ese germen divino no es otra cosa que el principio de vida, el Espíritu que es, al mismo tiempo, personificación y fruto del amor. Nos dirigimos al hombre y encontramos a Dios. Es la sublimación teologal de nuestra relación fraterna.
Cristo rompe el muro de la fraternidad restringida, y esto es su gran revolución del amor: redención universal, filiación universal, fraternidad y amor universales, son realidades correlativas, lógicamente trabadas y reversibles. Veremos que hay sólo una salvedad: la preferencia por el más necesitado.
Arrupe sj
¿A qué te invita el Señor?