Otro de los rasgos salientes de nuestra época es la falta de responsabilidad que se ve en nuestros días. La impresión general que produce la joven generación contemporánea es la de no tomar nada en serio, la de no cuidarse de guardar la palabra empeñada, ni de proseguir las obras comenzadas. Los ejemplos que podríamos citar son innumerables. Jóvenes que toman a su cargo una obra, la protección de una familia pobre, un apostolado determinado, y por la más mínima dificultad desisten con toda naturalidad de lo comenzado sin detenerse a pensar en las consecuencias que su actitud acarreará para los demás. Se inscriben en la Acción Católica, comienzan a asistir a las reuniones, pero por el más mínimo motivo dejan de seguir concurriendo… Ofrecen su cuota, pero el día menos pensado dejan de pagarla “porque sí”. La puntualidad no la conocen muchos. No han reflexionado sobre el valor del tiempo para los demás, sobre el respeto que deben a sus semejantes a quienes no debieran exponerlos a perder ni siquiera un minuto.
No se valoriza cada cosa por su aspecto intrínseco y, por lo tanto, no se le da el sitio que le corresponde en una jerarquía de valores bien ordenada. Se encarga a un joven la preparación de un círculo de estudios, y no lo prepara o lo hace superficialmente para salir del paso. ¿Cuántos se dan cuenta que este tema tal vez no lo oirán más sus compañeros; que quizás se alejarán de esa actividad al sentirse defraudados en sus esperanzas de formación o de apostolado? Y el fracaso de una obra a la que han ofrecido su actividad no parece preocuparlos mayormente ni les hace perder un momento de sueño ni la olímpica paz de su espíritu.
La vida religiosa es también tomada superficialmente. Se la concibe como un conjunto de prácticas que hay que hacer ritualmente, más que como una donación entera de la persona a Dios, como un ponerse en sus manos para realizar el doble mandato de amor a Dios y amor al prójimo. La moral se ha convertido para muchos no en una vida entregada en manos del Creador, sino en una casuística que les permita moverse con libertad. De aquí el rehuir las responsabilidades que a cada uno incumben en la sociedad religiosa y civil en que cada uno vive.
por San Alberto Hurtado.
¿Qué te dice el Señor al terminar este día?