Al contemplar el mundo, no podemos menos de interpretar muchos de sus elementos como crueldad, bajeza, traición, perfidia, violencia, repugnante impureza, falsedad, grosería…etc. Admitiremos sin más que hay en él mucha tontería, estupidez y egoísmo, y no sé cuántas cosas más. Con el crecer de nuestro conocimiento del mundo y la experiencia de lo que los hombres dan de sí, cuanto más contemplamos el panorama de la historia en toda su vaciedad y ruindad, tanto más crecerá en nosotros un instinto de “repulsión”.
Sin embargo, si miramos el mundo junto a Cristo en la montaña del desierto, obtenemos la impresión de que toda esta experiencia que nos inclinamos a rotular como perdición y odio de Dios -y cuán ambiguo resulta esto a una reflexión más detenida- no es sino la sombra de una luz que fundamenta esta tiniebla; como si la historia precisara de la maldad para seguir su curso. De esta forma, muchas cosas pueden semejar tránsitos obligados, necesarios e inevitables, precios que hay que pagar.
¿Cómo miras el mundo hoy?