Yo te llamo, María Madre de Dios, Nuestra Señor, para que me consigas ese don: sentir en mi corazón dolor por mis pecados; y en mi espíritu la descomposición de mi pecado.
Yo te llamo, Jesús, Señor y Redentor, para compartir contigo la pesada carga que Tú llevas por todos nuestros pecados.
Yo te llamo, Padre de todos, para que me saques de la ciega nada, para que me llenes de tu espíritu de luz para reconocer el pecado cuando venga, para ver donde trabaja el pecado, para estar libre del pecado al cual estaba entregado.
¿Qué le dices al Señor al finalizar este día?