Érase un rey que tenía tres hijos. Poseía además muchas riquezas. Sobre todo, un brillante de valor extraordinario, admirado en el mundo entero. ¿Para quién sería aquel brillante al repartir la herencia? Su padre les sometió a una prueba. Sería para el que realizase la mayor hazaña el día señalado… Al llegar la noche, cada uno relató los acontecimientos de la jornada.
El mayor había dado muerte a un dragón que sembraba el pánico por todo el reino. El segundo venció a diez hombres bien armados con una pequeña daga. El tercero dijo: “Salí esta mañana y encontré a mi mayor enemigo durmiendo al borde de un acantilado… y le dejé seguir durmiendo”.
Entonces el rey se levantó de su trono, abrazó a su hijo menor y le entregó el brillante.
(de Manuel Sánchez Monge)
¿A qué te invita hoy el Señor?