+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos
Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con Él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?”
Jesús, que había oído, les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.
Palabra del Señor.
Reflexión
El texto que nos ofrece Marcos el día de hoy, es un hermoso pasaje en el que vemos a Jesús llamar a Leví, despertar su vocación. Leví estaba en una mesa, solo, cumpliendo una tarea que lo hacía poco amigable para sus compatriotas, y custodiado por algún soldado encargado de velar por la recaudación. El paso de Jesús por su vida, lo llevó a otra mesa, la mesa de la comunidad y la fiesta compartida, la mesa del perdón donde comienza la vida nueva. De este modo, lo deja todo y sigue al Maestro sin preguntar: “…Se levantó y lo siguió”, sin más. ¡Cuánto nos enseña la Palabra en este día! El Señor lo llama porque sabe que en ese hombre aparentemente indigno, hay semillas del Reino, hay escondido un hijo de Dios y un apóstol que puede salir a la luz a lo largo del camino. Podemos sentirnos llamados, pero Dios nos pide más: nos llama a las fronteras, a los límites de lo que la sociedad considera aceptable. Debemos fijar nuestra atención en quien verdaderamente lo necesita, imitar a Jesús e ir en busca de los excluidos, los marginados, los olvidados. Debemos ser como Leví, rápidos en nuestra respuesta a la llamada de Dios. Y no debemos tener miedo de que nos juzguen por frecuentar lo que algunos llaman “malas compañías” porque precisamente ahí es donde más falta hace la presencia del Evangelio.
Hoy nos podemos preguntar ¿a qué me ha llamado el Señor? ¿cómo le he ido respondiendo?