A veces, Señor, me encuentro interiormente tan pobre,
tan sucio, tan lleno de heridas, peor que las de la lepra,
casi todo “una llaga” y una “úlcera”
extiéndeme tu mano,
como hiciste con el leproso del evangelio (Mt 8,2),
te pido que pronuncies
la palabra todopoderosa: “Quiero, queda limpio”.
La debilidad de mi alma me da a veces la sensación de decaimiento,
como de morir. Por eso te pido desde lo más profundo de mi ser,
como el Centurión: “Di una sola palabra y mi criado quedará sano”;
que también yo pueda decirte con la misma fe
“y mi alma quedará sana”.
¿A qué te invita el Señor en este día?