+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: “¿A dónde vas?” Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido.
Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes.
Pero si me voy, se lo enviaré.
Y cuando Él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que Yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán.
Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.
Palabra del Señor.
Reflexión
Jesús, a partir de la comunicación artificiosa de su separación, provoca que la tristeza que los discípulos guardaban en el corazón aflore en ellos: “Ahora voy a aquel que me ha enviado y ninguno de ustedes me pregunta: ¿A dónde vas?”. Es evidente que separarse del estilo de vida aprendido junto a Jesús comporta para los discípulos un sufrimiento; Porque ¿qué harán sin el Maestro que los defendía y orientaba?. El Señor intenta disipar esta tristeza, causada por la disminución de su presencia, al revelar la finalidad de su marcha. La partida y la separación son condición previa para la venida del Paráclito: “pues si no me voy, no vendrá a ustedes el Consolador…” Jesús nos ha prometido la fuerza de lo alto, es decir al Espíritu Santo, que mora en el corazón de cada uno de nosotros. ¡Y sus promesas se cumplen!
¿Tenemos el mismo miedo y preocupación de perder a Jesús que tenían los discípulos? ¿Dejamos que el Espíritu nos guíe en las dificultades?