+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo
Los fariseos se confabularon para buscar la forma de acabar con Jesús.
Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Grandes multitudes lo siguieron, y los sanó a todos. Pero Él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: “Éste es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre Él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre”.
Palabra del Señor.
Reflexión
Una vez más, vemos a Cristo como modelo de humildad y de gratuidad: de Él aprendemos la paciencia en las tentaciones, la mansedumbre en las ofensas, la obediencia a Dios en el dolor, comprobando de este modo que nuestro verdadero bien es: estar cerca de Él. Hoy en el Evangelio Jesús cumple las palabras del profeta Isaías: él es el siervo de Dios. Pero su servicio será hacia los dolientes, los enfermos y los agobiados por la vida. El siervo de Dios deviene así en siervo de los que sufren. Seguir al Señor requiere siempre de nosotros una profunda conversión, un cambio en el modo de pensar y de vivir, abriendo el corazón a la escucha para dejarnos iluminar y transformar interiormente, porque la lógica de Dios es siempre otra respecto a la nuestra. Que Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos ayude a ser cada vez más siervos al estilo de Jesús; es decir, siervos suficientemente valientes para anunciar y denunciar y a la vez, suficientemente comprometidos para que cada una de nuestras palabras vaya siempre acompañada de gestos concretos y sencillos que son, los que al final, hacen de este mundo un lugar más humano, más justo y más fraterno.
Jesús es el Siervo de Dios. Y hoy ¿nuestra Iglesia, nuestra comunidad, yo, somos siervos de Dios para la gente? ¿Qué nos falta?