+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo
Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados”.
Algunos escribas pensaron: “Este hombre blasfema”.
Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: “¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o ‘Levántate y camina’? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.
Él se levantó y se fue a su casa.
Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.
Palabra del Señor.
Reflexión
El Evangelio de hoy comienza con una carencia: hay un hombre enfermo, postrado. Cabe recordar que para los judíos, la enfermedad en el hombre era considerada un castigo por los pecados cometidos o incluso, el mal físico, la enfermedad, era signo y consecuencia del mal moral de los padres. Tal vez aquel hombre nació así, o llevaba muchos años en esa condición. Quizá estaba tan postrado, que no cabía en él la esperanza de alguna mejoría. Pero hay alguien que desea algo diferente para él… Jesús restituye al hombre su condición de salvado al liberarlo tanto de la enfermedad como del pecado. En aquél camino a Cafarnaún, Jesús se dirige a él llamándolo “hijo”, un gesto de atención que pronto se convertirá en un gesto salvífico: “tus pecados te son perdonados”. El perdón de los pecados que Jesús invoca sobre el paralítico de parte de Dios alude al nexo entre enfermedad, culpa y pecado. Es la primera vez que el evangelista atribuye a Jesús de manera explícita este particular poder divino. Así, este relato retoma el problema del pecado y reclama la conexión con la miseria del hombre, es una práctica de la misericordia que se ha de ofrecer, pero es sobre todo una historia que debe ocupar un espacio privilegiado en nuestra vida y nuestras comunidades eclesiales.
La pregunta que hoy nos podemos hacer surge mirando a los testigos de esta acción. Finalmente, todos podían ver que, efectivamente, el paralítico caminaba, sin embargo, algunos se resistían a creer en ese poder misericordioso y sanador, mientras otros se sorprendían y alababan a Dios. ¿En qué grupo me ubico yo? ¿en mi actuar cotidiano doy espacio y tengo gestos de misericordia con los que han perdido la esperanza?