+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 22. 36-40
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor.
Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él.
Palabra del Señor.
Reflexión
Nuevamente el Evangelio nos trae la experiencia de una persona que se alegra de encontrarse con quien tanto esperaba por medio de las profecías. Se trata de Ana que con sus 84 años, ciertamente habría visto muchos niños, aunque más que ver, seguramente habría contemplado muchas veces la obra de Dios en lo cotidiano. Desde esa sensibilidad del espíritu, desde ese corazón anhelante que aguarda el cumplimiento de las promesas, Ana ve al Niño Jesús. Así, con mirada de fe, contempla a un niño en los brazos de su madre y descubre en el al Salvador del mundo. De este modo la vejez de la mujer aparece como sinónimo de experiencia, del camino recorrido, de la capacidad de distinguir lo trascendente de lo efímero. ¡Qué importante y necesaria esa mirada hoy! Sin embargo, hay que destacar que Ana no se queda sólo con una mirada de fe, pues se vuelve testigo que anuncia: ¡Sí, es verdad, Dios cumple sus promesas!
¿Conoces a personas como Ana, que tienen una mirada de fe sobre las cosas de la vida? ¿Tú eres de esas personas?