En un primer momento
el silencio es pura privación,
carencia, hueco molesto,
arrancarse de actividades y personas
que llenaban.
El silencio se percibe
como inútil, aburrido,
pérdida de tiempo.
Lleno del eco confuso
de las cosas dejadas atrás,
es exigencia de compañía,
de actividades.
Si se sobrepasa este momento,
el silencio se hace palabra.
Los fantasmas escondidos
empiezan a salir a la luz
y a gritar sus exigencias.
Antes trabajaban desde la clandestinidad,
enmascarados en las actividades,
proyectos y personas,
y pasaban casi desapercibidos.
Pero también la vida retada
empieza a brotar más firme,
más honda, y nos sorprende
la profundidad ignorada
que surge de nosotros mismos,
desde nuestra apertura al infinito.
¿A qué te invita el Señor al finalizar el día?